Hay en la forma un pensamiento.
Hay en la forma un pensamiento como en cada vida hay una historia.
En el trazo está la impronta de lo pensado, y en la materia nos aguarda su recuperación incompleta, pura potencialidad.
De las obras que aquí observamos, sorprende su apariencia orgánica y distante. Apelan a una estética familiar y reconocible, pero se retraen de nuestra comprensión, su camino es ajeno. La naturaleza parece estar de viaje en un itinerario galáctico y camp, doblegando la primera impresión sin descanso y sin violencia. Sin alivio. Nada acontece cercano, ni excesivamente remoto. Toda la obra de Joaquín Valdeón es un tránsito desde adentro hacia ninguna parte, un camino inasible empantanado de belleza.
Y para dejar que nos penetre, nos deja su obra mirarla desde el vértigo del límite, un lugar sin término que se manifiesta en curvas inestables, inicios entorpecidos y rupturas constantes de cualquier patrón. A veces en la redondez de la cuadrícula o el deseo de desbordar el molde, ardiente y cabalmente. Cada obra es una frontera y cada propuesta una orilla. Y en diagonal pasa por todas el tiempo que nos une; una historia en común y un futuro en singular. Cada pieza del autor es una oda a la soledad compartida.
La serenidad monocromática solo es el escenario donde resuelven sus dilemas unas estructuras que se expelen a sí mismas. Cada color es un golpe. Cada golpe una estampida. En el confín transitorio y trascendente entre lo que vemos y lo que nos sugiere, lleno de grietas y asimetrías, el perpetuo y quieto movimiento. No hay paz sin anhelo y no hay equilibrio sin vacilación.
En las obras de Valdeón, hay en la forma siempre un pensamiento, una abstracción que se canta en verso.
La influencer anónima.